martes, 3 de noviembre de 2009

Gran pueblo uruguayo.

Hola Amigos y amigas, levante esta carta que el año pasado les envie a los Diputados uruguayos....quise compartir con ustedes....




Señores y Señoras Diputados y Diputadas:

Me acerco a ustedes con el corazón en la mano, primeramente para abrazarlos, para honrar el manto que ha puesto Dios sobre ustedes, porque están en eminencia, son autoridad sobre el gran pueblo uruguayo.

Soy una servidora del Dios Altísimo, a quien predico con fervor. Lo hago a tiempo y fuera de tiempo, porque sé que no hay otro Dios fuera de Él.

Mi nombre es Ada Urbano, tengo 48 años, estoy casada hace 27 años, tengo 5 hijos y un nieto. Vivo en Posadas, capital de Misiones, en la República Argentina. Mi actividad secular es acompañar a mi esposo en un estudio de diseño gráfico.

En lo espiritual, soy Apostol.

Me acerco a ustedes para dar mi punto de vista acerca de la legalización del aborto que se intenta efectuar en Uruguay.

A mi juicio, el aborto es un hecho horrendo, criminal, tan sucio como cualquier delito de homicidio. ¿Quién de nosotros podríamos usurpar el banco de Dios? Podrán algunos decirme que Dios no existe, o que, si existe, al menos hasta hoy no se hizo conocer. Estas son algunas de las excusas que utilizamos cuando queremos hacer nuestra voluntad y no la de Él. No hablo de religión, porque Dios no es religión: Dios es Dios, y es todo poderoso, Él todo lo ve, está en todo lugar y todo lo puede.

Sé que podrán refutar mis concepciones afirmando que con la legalización del aborto se evitarán muertes prematuras de mamás adolescentes, se evitará que muchos niños tengan una infancia sin amor, cuando se trata de embarazos no deseados. Pero permítanme decirles que Dios nos ha dado inteligencia y sabiduría para que podamos educar a nuestros pueblos, podemos evitar llegar a ese punto valiéndonos de otros métodos. A ustedes, que están en autoridad sobre nuestras sociedades, Dios les pedirá un resumen de cuenta más riguroso, no sólo por legalizar el aborto –es decir, por facilitar el crimen-, sino también por no hacer todo lo suficiente para educar al pueblo.

Nosotros los que trabajamos para la gran empresa de Dios tenemos el deber y el mandato divino de orar por nuestros gobernantes, y si ustedes están en ese lugar, es porque Dios lo ha posibilitado, porque fueron señalados desde el vientre de sus madres, era en el Congreso del Uruguay donde iban a desempeñar una actividad de mucha responsabilidad, un trabajo de relevancia no sólo para el pueblo uruguayo, sino para Dios en primera instancia. Todo eso se cumple por voluntad de Dios. No vamos a escapar del tribunal de Cristo. Mientras vivamos en este planeta, Jesucristo es nuestro abogado: cuando erramos y nos arrepentimos, Él nos perdona, pero cuando desencarnamos se convierte en nuestro juez.

Ruego al Dios Altísimo y a su hijo Jesucristo, el Rey de Gloria, que cuando lean esta carta Él esté sentado en el Trono de sus Corazones, para mirar con ojos celestiales y decidir con mente divina, y no la del humano.

Sé de las presiones sociales que pueden ustedes tener, presiones también de los profesionales de la salud, que muchas veces se sienten impotentes porque ven morirse a mujeres niñas, a mujeres jóvenes que por llegar muy tarde a lugares hospitalarios la han visto escaparse de sus manos para, finalmente, firmar un certificado de defunción. Sé que ustedes querrán agradar al hombre, para seguir escalando en su carrera política. Pero, si me permiten la reflexión, quiero decirles que de tanto querer agradar al hombre muchas veces nos olvidamos del Supremo, hacedor del cielo y de la tierra.

En cada asesinato hay un impacto muy fuerte en la faz espiritual, un golpe que todos acusamos. Como no vemos esas cicatrices del alma, lamentablemente creemos que no existe tal cosa. En verdad, esas decisiones actúan como un boomerang hacia nuestras vidas y el universo entero: esto no termina con matar, solamente. A partir de allí se emprende un movimiento espiritual tremendo, empezamos a escribir una nueva historia en El Libro de la Vida, libro que será abierto cuando estemos ante el tribunal de Cristo. Todos rendiremos cuenta ante el Señor, ante Él se doblarán todas las rodillas, confesarán todas las lenguas, sin importar etnia alguna, favoritismo político, nacionalidad, ni religión. Él es el Señor de señores, el Rey de reyes.

Simplemente les pido que reflexionemos, a modo de ejercicio espiritual: ¿Qué pasaría si usted estuviera en gestación y su madre quisiera asesinarle?

Quiero contarles una historia personal. Con tres meses de embarazo, mi madre descubre una terrible mentira de mi padre: él ya estaba casado, aunque, obviamente, no con mi progenitora. Ella, decepcionada y encima embarazada, se encontró, de repente, en un río de desesperación. Fue allí cuando decidió hablar con la dueña de la casa que alquilaba, a quien contó su gran problema… problema que de entonces se llama Ada.

La dueña de casa no tuvo una idea más brillante que sugerirle un aborto, diciéndole que el médico que le asistiría era un amigo de absoluta seguridad en cuanto a su conocimiento profesional, todo iba a ser “muy rápido”, “no duele nada”, decía la señora.

Y así llegó el día del mentado aborto. Mi madre, sentada junto a su compañera en la sala de espera del sanatorio, tiene necesidad de pasar al sanitario. Grande fue su sorpresa cuando vio un embrión totalmente definido, envuelto en un algodón, tirado en una esquina del baño. Desde luego, mi madre se sintió abrumada y salió de ese lugar totalmente decidida a no someterse a tal atrocidad. Consternada, le comunica a su acompañante que desistía, que no le interesaba ya la consulta con el profesional. Se dirigió hacia la puerta de salida y su acompañante solidaria la insistía: “no seas tonta, sos joven, te vas a arruinar la vida, sacate eso, no es peligroso, es cuestión de minutos”, palabras más, palabras menos.

En ese instante mi madre se detuvo: “Acabo de ver un bebé muerto, tirado en la esquina de baño, cerca del inodoro… eso no me gusta, me asusta”, atinó a decir. La mujer horrorizada no lo podía creer, “no puede ser, cómo que va estar ahí un bebé”. La invitó a mi mamá a que la acompañara a mostrarle eso que aseguraba haber visto. Cinco minutos después volvieron al sanitario: jamás encontraron ese embrión que, para la gloria de Dios, sumó en la decisión de mi madre de no matarme.

Y aquella decisión rindió sus frutos, en tipos donde tener hijos “naturales” todavía era una burla, un bochorno, una situación vergonzante: valió para que ella se vista de valentía y se pusiera en posición de guerrera, para llevar adelante por nueve lunas esa vida que hoy está dando su testimonio.

Esto que narro me enteré cuando tenía 15 años. Cuando lo conocí a Dios, a los 40, se me hizo a un lado el velo de ceguera espiritual, me di cuenta que Dios me sostuvo con su mano poderosa, me protegió desde el vientre de mi madre, porque tenía un propósito en mi vida. Cómo no honrarlo, cómo no servirlo, cómo no pararme para decir No al Aborto, cómo no decir Sí a la Vida.

Les envío un gran abrazo. Espero mi testimonio haya dado luz y amor a sus corazones. Ruego al Dios de todo poder que derrame sobre sus vidas sabiduría infinita para discernir lo que está bien y lo que está mal, y sobre todo, que les brinde la capacidad de aceptar que la vida es un misterio y que hay que escudriñar en nuestro corazón ese tesoro escondido que todos tenemos.

Jesucristo es su nombre, que es nombre sobre todo nombre, que es el hijo del Dios Viviente, que vino a darnos palabras de vida eterna, y por amor a la humanidad se ofreció a morir por nosotros. Honrémoslo haciendo su voluntad y no la nuestra. Él al morirse nos dió vida, y vida en abundancia, porque esa es su naturaleza. Nos amó con amor eterno, y su misericordia se renueva cada mañana sobre nuestras vidas. Él sólo anhela de nosotros que nos sometamos a su Señorío para que nos pueda conducir a la Victoria, para que podamos vivir en su gloria, llevando en nosotros una vida sin derrotas, sabiendo que ÉL VIVE Y REINA POR LO SIGLOS DE LOS SIGLOS.

Noviembre 2008

Ada Urbano

D.N.I 17.630.408

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